lunes, 20 de junio de 2011

Siempre en el mar

Victoria Belinche
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Desde niña, Abigaíl Monte se sintió fascinada por el mar, la arena y el viento de la costa. Al cumplir diez años, tras la separación de sus padres, tuvo que tomar una decisión muy difícil: dónde vivir. Su padre, biólogo marino, seguiría viviendo en la costa argentina por su apasionante profesión, motivo por el cual su madre había decidido volver a su ciudad natal.

La profunda obsesión del señor Monte respecto a su trabajo había provocado descuidos en la relación con su mujer, la cual luego de varias discusiones decidió marcharse a La Plata y retomar su labor de maestra allí.

Abigaíl amaba a sus padres profundamente y en igual medida, pero su pasión por la vida marina la retuvo junto a su padre. Su madre respetó la decisión aunque esto le provocó un gran dolor al imaginar cuánto extrañaría a su niña. A pesar de este hecho, como el señor Monte nunca había descuidado a Abigaíl, apoyó a su hija en ello.

Tras seis meses de la partida de la ex señora de Monte, la niña aceptó con mucho coraje la idea de ir a visitar a su madre que tanto extrañaba. Luego de una semana, había llegado el día del viaje.

Antes de partir, Abigaíl tomó una larga caminata por la costa a pesar del frío que provocaba el viento y la baja temperatura del agua. Se quitó el calzado y comenzó a caminar enterrando uno a uno los pequeños dedos de sus pies en la arena mientras caían de sus enormes ojos lágrimas de la pronta nostalgia que sentiría. Su padre, forzándose para no llorar la despidió en la terminal con un fuerte abrazo.

Abigaíl y su mamá tuvieron un gran encuentro, aunque en todo momento de su estadía en la ciudad no dejó de pensar en el mar. Los edificios para ella eran los médanos, el ruidoso tráfico era el suave sonido del viento costero y la gente amontonada moviéndose de un lado al otro podía pensarlas como las olas del mar en aquellos días de tormenta.

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