domingo, 26 de junio de 2011

La caída de los nobles

Cristian Ferreyra
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Pongo mi mente en blanco, miro el banderín del green, mis manos sudan más de lo debido, es el golpe del campeonato. Tomo el hierro Nº 7, me pongo en posición, me balanceo y golpeo la pelota, la cual corta el viento con velocidad arrolladora y cae muy cerca del hoyo. “Gran golpe” me dice el caddy al palmear mi espalda.

Ese golpe me saca de ese mundo misterioso a la hora de golpear la bola. Miro alrededor y veo la espléndida afición festejando mi gran golpe. Al mirar al costado observo aquel contrincante de traje fino y de rasgos delicados, al que la vida le deparó un pasar económico del más alto nivel. En cambio yo no le llego ni a los talones con una economía casi nula. Llegué a este torneo para demostrar mis habilidades en el golf, las que Sir Baker observó. Él pagó mi inscripción al torneo amateur para luego clasificar al Abierto de Gran Bretaña, la cual conseguí sin ningún resquemor.

Ahora me encuentro en el torneo más importante de Inglaterra y disputando la gran final con el múltiple campeón Arthur Philips de sangre y semblante irlandeses. Yo, el único inglés, debo ganarle por la gran rivalidad existente. El mismo se posiciona y golpea su bola, que cae cerca de la mía, y siento un gran escalofrío que se apodera de mi cuerpo.

Es mi turno, me tiemblan las piernas. Si mi golpe se introduce en el hoyo, toda la tradición que hay en este deporte, practicado por los ricos, caerá de la manera más estrepitosa. Agarro el hierro y con gran miedo doy mi golpe. Lentamente se moviliza aquella pelota; cada centímetro que recorre mis pulsaciones aumentan, hasta que el dulce sabor de la victoria impacta mi cuerpo al introducirse aquel objeto en el hoyo. La afición enloquecida invade el campo de juego, me lleva en andas por horas siendo el primer campeón de las clases bajas, el que refleja aquel cambio social que necesita la gente pobre de Gran Bretaña.

Ya calmado, me encuentro en el vestuario y, de repente, llega mi oponente irlandés dolido por la derrota y me dice: “gracias a ti el deporte de nobles y ricos caerá en la popularidad de las clases bajas y llegará a cada rincón del planeta. Gracias a ti”. En este momento me siento el revolucionario que siempre quise ser.

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