domingo, 26 de junio de 2011

Prostitución familiar

Juan Ignacio Negrin
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


La familia Lucero era muy conocida en el pueblo cordobés llamado Huinca – Renacó, no precisamente por el carácter de familia numerosa que le daban sus siete hijos sino por la forma de ganarse la vida que tenían sus padres.

Juan Manuel Lucero había conocido a Yésica en el cabaret de la localidad, en uno de los viajes al burdel que se permitía disfrutar una vez por mes con el excedente de su salario como obrero. Ella era de origen paraguayo y había llegado al lugar por el engaño de un empresario que le había ofertado un trabajo como modelo en Argentina. Era una mujer muy bella, de curvas pronunciadas y unos ojos celestes que deslumbraban. El obrero estaba obsesionado con ella, y después de estar juntos varias veces, la convenció de abandonar ese sitio en el que trabajaba de forma ilegal e irse a vivir con él. Yésica se sentía complacida por el trato amable que le brindaba el hombre y por eso aceptó su propuesta.

Sin embargo, no todo fue como lo esperaba. Luego de vivir dos meses juntos, se casaron, pero después de la boda, el marido comenzó a mostrarse violento y perdió su trabajo. La mujer paraguaya, igualmente, se sentía agradecida y es por esto que no se resistía a los ataques violentos de su esposo.

El problema mayor era la falta de dinero y ante esto Lucero obligó a su mujer a volver a prostituirse, pero en su domicilio. La gente tocaba la puerta de su casa, ofrecía un precio irrisorio y se acostaba con la bella joven. A Juan Manuel no le molestaban ni los comentarios del pueblo ni las personas que se acostaban con su esposa, ya que estaba viviendo como siempre había querido, sin trabajar. La policía sabía de estas actividades pero no las detenía a cambio de que se les brindaran de forma gratuita los servicios.

Diez años después, el matrimonio ya tenía sus siete hijos y la mujer seguía con su trabajo de prostitución cuando llegó al poblado un nuevo comisario llamado Ezequiel González, quien al enterarse de esta nefasta actividad no dudó en apresar a Lucero. A diferencia de sus antecesores, no aceptó ningún tipo de coima y cumplió con su deber, terminando así con este negocio en el que todas las partes del pueblo eran cómplices.

Se le ofreció a Yésica un trabajo digno en una localidad del sur de la provincia de Buenos Aires con el que iba a poder mantener a sus hijos de una forma correcta. La joven recién comprendió la magnitud del maltrato que recibía al comenzar su nueva vida, y se prometió a sí misma jamás volver a estar con un hombre por dinero.

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