lunes, 7 de junio de 2010

Desamor

Por Claudia Marengo

Extensión Chivilcoy

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

“No me salvaré de tanta soledad/detenido y frío me convertiré/en un centinela de la oscuridad/preso en la custodia del anochecer”

Amaury Pérez

No sabe dónde quedó su corazón. Seguro no está con él, ya no. Las huellas de sus pies descalzos en el lodo, marcan el camino de regreso a casa. Casa que es guarida, refugio que armó en una cueva con cañas y algunas piedras. Lugar que, al menos, le sirve para protegerse del frío, los vientos fuertes y las lluvias. Aunque el invierno le cale los huesos, sabe que nadie va a llegar a él. Nadie lo va a encontrar.

Hoy no pudo, lo intentó, pero no pudo. Se cruzó con una desgraciada. Justo cuando la iba a agarrar desde atrás, apareció el viejo Jonas y lo arruinó todo.

¿Qué le está pasando? No es la visión de Jonas lo que lo perturba. Es otra cosa. Una sensación desconocida, oscura como la noche cuando la luna no está.

La desgraciada no importa, habrá otras. Y todas las que ya pasaron y se fueron. Él las cuida, no quiere que sufran. Él sabe lo que es sufrir, pasar hambre y sed. Él sabe lo que es ser castigado hasta sangrar. Él sabe lo que ellas sufren. Él no quiere que sufran. Las salva, esa es su tarea. Salvarlas del dolor, de la miseria, de la mano de borrachos que las usan y las tiran. Salvarlas de la hambruna, de la peste, de los garrotazos recibidos desde niñas. Él fue niño. Él sabe de golpes certeros que agrietaron su alma.

En su cabeza hay muchas voces que gritan, golpean, molestan. Gritos que son gemidos, gemidos que son súplicas, súplicas que se convierten en llanto.

La guerra dejó señales en sus huesos, en su piel. Dejó marcas en su corazón que perdió no sabe dónde.

Está cansado. Tiene que arreglar la rueda de su carreta, sin su carreta no podrá recoger desgraciadas. Siente que alguien lo llama. Voces que aparecen y se van, golpean, duelen. Lastiman, lastiman mucho.

Aunque haya pasado tiempo, todavía escucha esa voz inconfundible que le lacera el pecho. Por eso, mejor no encontrar su corazón. Mejor dejarlo donde está. Afuera. Quién sabe dónde.

La voz ronca y taladrante de su madre es imborrable. Ella lo llama, insiste.

Las huellas de la brutalidad aparecen, siempre aparecen. Marca registrada en su alma. Su madre ya no está. Él se salvó del horror, quizá por eso ya no tenga corazón.

Él sabe que mañana encontrará alguna desdichada. Cumplirá su misión, hará que deje de penar. Lo hará como siempre, no olvidará su hacha. Será un golpe seguro, sin vacilar. Ellas se lo merecen, se lo están pidiendo. Él sabe que es amor.

Necesita que se aquieten los sonidos de su mente, que desaparezca el olor a muerte que lo rodea y ahoga.

Lo llaman, duda, se tambalea. Es el viejo Jonas otra vez. Jonas pregunta, él no quiere contestar. Se enoja, no quiere contestar. Levanta la mano que sostiene el hacha y le corta la cabeza de una vez. No quiere escuchar más voces. El viejo no hará más preguntas, no más preguntas.

¿Dónde está su corazón? ¿Alguien vio su corazón?

La muerte acecha, la muerte vuelve. Se resiste, implora. Una mujer, por favor, que le vuelva a parir el corazón.

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