miércoles, 16 de junio de 2010

En el lugar equivocado

Por Victoria Bibiloni

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

Me sentí confundida cuando no escuché el sonido del despertador como todos los días. ¿Qué pasaba? ¿Me habría olvidado de configurarlo?

Estaba desconcertada, porque no reconocía ni por casualidad el color de las paredes, y no sentía el olor a jazmines y lirios provenientes de mi patio.

Una luz me encandilaba, pero no era el sol, lo comprobé cuando levanté la vista. Se trataba de una lámpara de luces plateadas, de tamaño comparable al de un televisor. No tenía un espejo cerca, pero sabía a ciencia cierta que mis pupilas estaban contraídas, y que no tardaría mucho en darme vuelta hasta quedar boca abajo sobre algo que parecía un colchón.

Tampoco demoré demasiado tiempo en darme cuenta que no estaba en mi cama, sino en algo más duro, más grueso e incómodo. No sé si era madera o metal, pero no se parecía en nada a mi cama.

Quise buscar mis cobijas y no las encontré; quise sentir el pesor del cuerpo de mi gato sobre mis pies y tampoco lo logré. Me di cuenta también que mis movimientos era más rápidos, que el aire se sentía raro, y que no tenía frío, pero tampoco calor.

Varias voces sepulcrales comenzaron a murmurar a mi alrededor. A medida que se iba acercando, trataba de distinguir en qué idioma hablaban, quería entender lo que decían, lo necesitaba para no entrar en pánico… No hablaban en castellano, ni en inglés, ni en alemán ¿cómo haría para preguntar qué era lo que pasaba?

Me incorporé en la cama y vi dos figuras como humanas, pero con la piel blanca como el papel y los ojos de un verde inconcebible para el planeta Tierra. El lugar donde estaba era totalmente negro. Todo, exceptuando las luces y los misteriosos seres, era oscuro.

El hombre extraño me tocó la frente con su mano helada, luego se sentó a mi lado y apagó la luz que tanto me molestaba. Me percaté de que tanto sus ojos como los de la mujer que estaba detrás, brillaban, y un segundo después sentí que los míos también lo hacían.

-Te hemos extrañado tanto- dijo la mujer

Me asombré al darme cuenta que estaba entendiéndola, comprendía cada sílaba, cada palabra de su lenguaje, pero no terminaba de entender qué era lo que estaba pasando.

-Hija mía- dijo el hombre.

-¿Qué? ¡Esto es un error!, yo soy del planeta Tierra. Mi familia debe estar preocupada por mí. Esta no es mi casa, mi habitación es blanca y tengo un gato. ¡Quiero a mi gato!- Ahora sí estaba nerviosa, pero más que nada aterrorizada.

-Tú eres la que está equivocada Wiebcke. Tu hogar es este y tus padres somos nosotros. Venimos a buscarte… te extrañábamos tanto- dijo la mujer y me abrazó.

-Somos del planeta de Yensid, tú perteneces a él- aseguró el hombre.

Me quedé estupefacta. Sus semejanzas físicas y las mías eran obvias.

Supe entonces que echaría de menos mi habitación blanca, a mi gato y el olor de los jazmines, pero finalmente, después de muchos años de incertidumbre, comprendí por qué nunca había encajado en la Tierra.

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