lunes, 7 de junio de 2010

Mi estrella

Por Fernando Bourdoncle
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010

En las calles donde habitaba no existía la indiferencia, por ejemplo. Hasta que recalé por aquí. En aquella estrella no existían las miserias.
Soy el producto de innumerables e irrepetibles réplicas. Binarias por convención. Imprecisas por naturaleza.
En circunstancias de una elección me contaron una maravillosa historia, cargada de sentido y de belleza. Puedes permanecer aquí -me dijeron- cuanto tiempo se te dé la gana; en esta estrella no existe la maldad, por ejemplo. O puedes partir en busca de aventuras, hacia otros mundos, donde las calles son similares pero diferentes a la vez. Llegarás luego de un extenso viaje; recorrerás estaciones con el nombre de eras y siglos, sin que nadie perciba tu presencia; recorrerás infinitos caminos. Al arribar a la última estación de tu periplo, te otorgarán un suntuoso regalo, el mejor de los regalos. No lo descuides aún cuando te encuentres en problemas y agobiado. Siempre estará allí, contigo.
Grande fue la tentación por la aventura. Imposible resistirme. Incluso con los miedos y las dudas que provoca lo desconocido. Pues, como te conté, de donde vengo no existe la violencia, por ejemplo.
Ni bien entré en la cápsula llegó el regalo. Me regalaron un universo indómito mientras dormía. Repleto de estrellas. Todas como temerosas; expectantes diría. Ni ellas ni yo sabíamos muy bien adónde y para qué, pero allí estábamos: en el seno de un refugio inigualable.
Me dijeron: “Cuando llegues, empezarán a brillar; tú despierta y ellas empezarán a brillar. Serán como luces que guíen tu horizonte, vívidas en su maraña. Serán el cielo, tu cielo. No necesitan demasiado más que un poco de calor, caricias, buen abrigo para el frío, mucho amor, algo de música, y un manantial. Solo eso.
Tú, reposa. Relájate y disfruta, mientras ellas se enreden en una danza estremecedora. No te olvides. La música; presta tus oídos a la música… Aún cuando te sientas perdido”. Eso decían.
Al llegar, otra fue la historia. Aterricé tras un dificultoso descenso. Y fue allí donde mis miedos y mis dudas, muy por el contrario a disiparse, se hicieron realidad. Confusión. ¿Un desagradable sueño? Una pesadilla. No había estrellas por ninguna parte. Las buscaba y no podía encontrarlas. Solo calles descontroladas. Calles incomprensibles. Ahí fui a parar y a vivir. Donde se vive como sale, como se puede. Creo que a los tres ya pasaba todo el día callejeando: me llevaban en un carro a mendigar. Con mis hermanos andábamos revolviendo basurales, rejuntando de las sobras, y ¡guay de regresar sin nada!: tremendas palizas ligábamos.
Nadie se detiene por aquí. A nadie le preocupas. En la más absoluta soledad en el medio de un enorme gentío, todo se hace dolor. Se hace dolor la mañana sin destino; se hace dolor el mediodía sin comida; se hace dolor la tarde sin juegos; el ocaso trae más miedos; y la noche se hace oscura, asaltada por fantasmas y por gritos. Y las promesas se hacen dolor, dolor lacerante.
Fueron tiempos para el olvido, aquellos de mi llegada. Pero las marcas nunca se borran. Se pueden ocultar, pero no se borran. Solo me queda un grato recuerdo de aquellos tiempos. Una ancianita arrugada y frágil como una hoja de otoño, que en las tardes, cuando pasaba con el carro por la puerta de su casa, me chistaba y me pedía que entrara por un momento. Delicioso momento para mí, el único. Siempre tenía una taza de leche caliente esperándome sobre la mesa, y mientras la absorbía y comía las masitas que me había preparado, ella cantaba y cantaba con una voz cercana al paraíso… Les puedo asegurar que ese momento y ese lugar se parecían mucho a mis viejas calles. Era como si millones de estrellitas se despertaran en un instante… titilando sin cesar.
Hoy, yo también canto. Canto para las multitudes. Y celebro cada estrella que se asoma. Aunque hay una, en particular, que brilla con distinta intensidad. Cuando la contemplo, en las noches despejadas, es como si me hiciera un guiño, como un regalo del cielo. A ella también le canto.

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