lunes, 7 de junio de 2010

La pluma manchada

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Por Samuel Ignacio Rabaza

Año 2010


La persecución duró hasta la medianoche. Era complicado sortear los más obtusos laberintos que adornaban la ciudad. El frío congelaba mis extremidades.

Ese invierno había conocido a James. Fue durante un break laboral, donde corríamos, junto a los demás compañeros, a fumarnos un cigarrillo. Íbamos al otro lado del Chicago Express, debajo del farol que iluminaba la lluviosa y oscura tarde.

Se había presentado tímidamente. Era relativamente nuevo en la sección policial. Recomendado por cierto periódico de Virginia, su ingreso fue casi inmediato.

América estaba histérica. Se sabía que la persecución ideológica a la mancha roja era una cuestión de Estado. A veces, secretarios del Gobierno, acompañados con oficiales, ingresaban a las oficinas del diario para tener una inquisidora charla con el jefe. Las ideologías estaban, por el momento, suspendidas; sólo el espionaje estaba in on.

Comenzamos a concurrir con James a bares, en busca de la fresca noticia del bullicioso lugar. Ahí nos fuimos conociendo. Era de un pequeño pueblo del norte de Virginia; se había recibido con honores; de familia protestante y poco numerosa. Tenía como objetivo llegar a editor, comprarse una casa en las afueras y formar una familia. Algo tan normal y aburrido.

Un jueves, luego del agotador día laboral, nos dirigíamos a beber unas cervezas. James, de pronto, me sugirió ir a su apartamento en lugar de reincidir en los mismos sitios. Aunque su residencia se ubicaba en dirección opuesta a la mía, acepté por pura cortesía.

Nos tomamos un taxi y, en unos cuantos minutos, el oscuro frente del edificio se apareció frente a nosotros. El departamento era extremadamente amplio, pero con un desorden tal que me resultaba extraño cómo podía encontrar sus cosas en ese ilimitado caos.

Me ofreció esta fresca bebida alcohólica, prendió la TV. Estaban dando una ligera comedia. El silencio entre ambos era intimidante. Comencé a observar los libros en su biblioteca. Allí reconocí varios textos “prohibidos”. Ante mi notable sorpresa, James me enfrentó, y con absoluta claridad y sinceridad, dijo: “Mira, desde joven tengo una forma de ver y de pensar las cosas que me rodean. Y eso no es ni un crimen ni un pecado. No trabajo para nadie, no soy espía, pero creo que este sistema donde vivimos es macabro, perverso, una mierda. Soy comunista, y tengo miedo. Sólo espero que me entiendas”.

Su declaración me dejó pasmado. Discutimos un rato y, viendo que la discusión no nos llevaba a ningún sitio, me retiré del lugar.

Decidí irme caminando hasta la parada del bus. A la vuelta, un par de tipos se bajaron de un auto y comenzaron a perseguirme. Aunque pude zafar, milagrosamente, supe lo que se venía, y cómo debía actuar.

En los días próximos, la relación con James era tensa. Nos habíamos alejado notablemente. Un día faltó. Y nunca más apareció. En la guerra, uno defiende a su nación, por patriotismo. Darle muerte al enemigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario