lunes, 7 de junio de 2010

Civilización y barbarie

Por Melissa Rep

Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Año 2010

Desde que existe la nueva ruta, Pedro gusta recorrerla a pie o montado en su alazán y admirar toda la ciudad mientras trota o camina. Le gusta pensar que algún día (quizás él, por qué no) alguien pondrá en la cresta de una curva o a orillas de Ñireco un puesto de postales. Las postales, anhela Pedro, serán lo que deban ser o no serán. Abarcarán todas las vistas, todos los techos de la ciudad postal. Serán vistas aéreas o fotos tomadas desde la nueva ruta. En esas postales estarán el lago y los cerros, los edificios, las calles, los baches, la nieve y el barro. El cielo y la estepa serán el único horizonte.

Esto piensa Pedro cuando recorre una nueva ruta. Hay días en que hace frío y el chiflete de la puerta no da respiro. Hay otros días en que nieva más de lo deseado y Pedro sale a tomar mate cocido al patio (porque adentro y afuera ya le da lo mismo) y mira cómo a lo lejos suben y bajan las aerosillas. No hay postales de su barrio y tampoco de la ciudad-postal, porque son las postales las que la hicieron.

Desde que existe la nueva ruta, Marcelo prefiere tomar ese desvío que ir por el centro cuando va a El Bolsón. Se levanta temprano, se afeita y desayuna un café y se sube a la camioneta. Va tarareando canciones de su juventud y tarda menos de la mitad en salir a la ruta que le interesa que cuando iba por el centro. A veces, igual, va por el centro y toma el Pasaje Gutiérrez. Se baja a comprar el diario, a cargar nafta o a visitarlo a Pedro.

Pedro siempre anda suelto por la ruta, así que a veces, también lo ve ahí. Se estaciona en la banquina y se quedan los dos charlando un rato de caballos, estancias y política. Cuando hace frío, Pedro entra a la camioneta. A Marcelo le encanta la ruta nueva porque es más rápida y sincera. En cinco minutos recorres de punta a punta la ciudad, bordeándola. Qué linda postal, piensa.

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