miércoles, 23 de junio de 2010

El beso de la paz

Por Facundo Galland
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo

Año 2010


Al cerrarse la puerta detrás de ella, la niña observó una incontable cantidad de fotos con el rostro de una mujer. Le preguntó al fantasma quién era ella, y este le respondió que se trataba de una persona a quien había amado toda su vida.
Luego le detalló la historia por la cual fue condenado a permanecer en un profundo estado muerte y soledad. Entonces volvió a explicarle a la joven que fue desde ese día que comenzó a vagar por la casa, asustando y molestando a todo aquel que la habite.
Virginia, muy conmovida con el relato de Simon, volvió a cuestionarle si realmente quería hacer esto ya que no sabía qué pasaría una vez que hayan empezado. La joven, valiente y apenada por todo lo sucedido tomó coraje y se dispuso a leer la frase.
Al parecer nada había ocurrido. Todo seguía igual en la habitación. Simon, decepcionado, comenzó a gritar y a maldecir su vida. Estaba condenado a servir como fantasma para toda la eternidad.
La joven no sabía qué hacer ante el fracaso de sus intenciones. Para consolarlo, se acercó al fantasma, lo tomó fuertemente de la mano y, con movimientos por demás lentos, le besó la mejilla.
Tras esto, una luz enceguecedoras filtró de una caja dorada que se encontraba contra un rincón de la habitación y Simón, un tanto más tranquilo, se la acercó a Virginia. Luego le explicó que en ella había joyas que estaban guardadas allí por años. Al abrir la caja, la muchacha se reusó a quedarse con ellas, pero, ante la insistencia de Simon, decidió guardarlas consigo.
Fue allí que la joven se apoderó de las pertenencias del fantasma, quien momentos después, se transformó en una pila de polvo gris. En ese mismo instante, la puerta se abrió y Virginia, sorprendida, abandonó la habitación.

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