lunes, 7 de junio de 2010

El futuro en 30 años

Por Rocío Portillo

Taller de producción de textos I

Año 2010

Mi vida, mi país, mi mundo. Hace 30 años la madre de mi padre se habría asustado de ver las cosas de hoy: mi presente.

No podría vivir sin estar comunicada, sin saber de los demás: de lo que le pasa a mi hermano en su casa, lo que hacen mis padres en otra provincia o, simplemente, del descubrimiento de un científico de la India o la nueva obra de un escritor norteamericano.

Mi vida ya no es mi vida, mi tiempo ya no es más mí tiempo. Pertenezco a este mundo con mi identidad, pero esta no es mía sino de los demás, de los que me hicieron: los que moldearon mi forma de hablar, los que me volcaron ideas en mi mente, los que me impusieron qué ponerme, los que dividieron mi día en horas, minutos, segundos. Debo estar en un lugar pero sin faltar a otros al mismo tiempo; por ello, llevo conmigo mi celular, condición indispensable para no perderme de nada, para “estar” en todos lados y para poder estar comunicada.

A veces, cuando puedo, durante el almuerzo en la oficina pienso cómo pudo vivir mi abuela sin una computadora, cómo mi madre hizo para ser una adolescente en el 2010 y no tener celular, no usar reloj, preferir caminar antes que tomar un transporte y demás. Todas esas caprichosas ideas, imposibles de concebir hoy, que tuvo. Cuando la escucho hablar, de sólo pensarlo, sufro escalofríos, no entiendo cómo no pudo percibir el tiempo, el paso del tiempo, lo que perdió por no querer participar del mundo como éste lo demandaba en su momento. Al fin y al cabo su futuro llegó y es mío, ya no es más de ella. Atrás ha quedado el campo, el verde, el tiempo libre: la inutilidad. La ciudad, por suerte, manda. El sol brilla en todos los espejos de los rascacielos que ya no quedan tan inalcanzables gracias a los autos voladores que se cargan con los rayos solares. Lo digital-bendito sea- es la vida. El hombre no necesita gastar energía de más ni perder el tiempo en inutilidades: la máquina, la computadora, los electrodomésticos, facilitaron al máximo nuestra vida y nuestra rutina… Podría seguir pero es algo que ya todos conocen.

Me gustaría apostar al mundo, a los hombres. ¿Qué harán estos dentro de 30 años?

Mi madre escribió su presente hace 30 años; yo escribo el mío. Me pregunto adónde nos llevará este progreso indefinido, cuántas maravillas se seguirán creando, cómo progresará la vida del hombre, qué será de los que no lo alcancen, los que no lleguen a incluirse en este mundo de velocidad, en este mundo lleno de accesos pero con pocos medios para llegar a utilizarlos, a “entrar”.

Raza: hay una sola. Mundos: muchos, infinitos. Eso es algo que todavía el celular no me supo contestar, que no aparece en las computadoras, que ningún científico descubrió. ¿Para qué tantas cosas si no todos podemos disfrutar de ellas? ¿En qué me beneficia a mi disfrutar de todas las tecnologías? No importa, ya pasará. Cuando todas estas preguntas se despierten en mi sociedad, esta ya no habrá sido mía sino la de mis hijos dentro de 30 años.

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