martes, 8 de junio de 2010

La mansión Lake

Por Ailín Galiñanes Arias

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

Las gotas de lluvia golpeaban intensamente en el techo. El viento soplaba con fuerza arrasando las hojas de los árboles y cables de luz. Los dos jóvenes miraban una y otra vez el reloj, sentados sobre el viejo sofá. Sus cuerpos temblaban y sus manos habían comenzado a transpirar. El permanente tic-tac retumbaba en sus cabezas y maldijeron el día en el que habían realizado aquella apuesta. En menos de veinte minutos, un taxi haría sonar su bocina y los llevaría a la horripilante Mansión Lake.

El reloj marcó las once y la desafinada bocina de un viejo taxi hizo saltar a los amigos. Ambos tomaron sus paraguas y caminaron lento hacia el auto. Diez minutos de viaje bastaron para que, por sus mentes, pasaran millones de preguntas e imaginaciones acerca de lo que podrían encontrar allí. Bajaron del vehículo e inspeccionaron la enorme casa con la mirada.

El clima continuaba igual. Ni el viento ni la lluvia habían cesado y ahora, también, se agregaban interminables truenos que resonaban en el cielo.

Finalmente, decidieron entrar. Después de todo habían perdido una apuesta y no podían quedar como dos cobardes, debían cumplirla. El más alto de los dos muchachos empujó, temerosamente, la enorme y antigua puerta de madera que presentaba la casa. Una vez adentro, prendieron una linterna y alumbraron el lugar.

La mansión estaba deshabitada desde hacía más de cincuenta años a causa de terribles acontecimientos que habían sucedido en la única habitación que tenía vista al lago. Ese lago que, alguna vez, había sido de color azul. Los vidrios de las ventanas estaban astillados; las telarañas yacían en el techo, en las escaleras y en los rincones y una gran polvareda inundaba el suelo y los pocos muebles que habían quedado.

Subieron rápidamente las escaleras y se adentraron en aquella temible habitación. Debían permanecer allí durante media hora para presenciar “la aparición de los espíritus que allí rondaban”, según se decía en el pueblo, y así contar sus vivencias a quienes habían ganado la apuesta.

El cuarto era enorme. Sus cuatro paredes, que alguna vez habían sido blancas, estaban amarillentas y cubiertas de moho y humedad. Sin embargo, estaba intacto. Nadie había movido los muebles de lugar. La cama, el placard, la cómoda de madera cubierta por libros y los siete espejos repartidos entre las paredes, todo estaba en el mismo sitio.

Se sentaron en la cama y aguardaron, temblorosos, la aparición de algún espectro. De repente, escucharon un golpe que los sobresaltó. Dirigieron la mirada hacia el espejo más grande y vislumbraron una fugaz sombra que corrió a través de él. Miraron hacia atrás, pero no vieron nada.

Sus corazones se agitaron y comenzaron a latir cada vez más fuerte. La respiración pronunciada hacía eco en esas cuatro paredes. Volvieron a escuchar otro golpe y, en el espejo más pequeño, divisaron otra sombra, pero dentro de la habitación no había nadie más que ellos dos. Nuevamente otro ruido, otro, luego otro, y otro más. Por los espejos se deslizaban figuras negras y, de a poco, el lugar se fue llenando de fantasmas que rondaban por doquier y emitían sonidos monosilábicos que los chicos no lograban comprender. Sintieron mucho frío, y el movimiento de esas figuras producía un viento que les volaba el pelo y la ropa.

Miraron el reloj y tan sólo les faltaban diez minutos para poder irse, pero era tanto el terror que sentían que decidieron abandonar el sitio antes de tiempo. Corrieron hacia la puerta mientras los espectros seguían rondando y emitiendo raros sonidos. Salieron de la habitación y bajaron las escaleras. Rápidamente, abandonaron la mansión y continuaron corriendo varios metros hasta asegurarse de que nada los estuviera siguiendo.

Encontraron un taxi y subieron en él para dirigirse a casa de sus amigos y contarles lo que habían visto. No sólo habían cumplido la apuesta sino que habían comprobado que leyenda sobre la Mansión Lake era cierta. Ellos la habían vivido.

Lentamente, el temor se iba alejando y sus respiraciones volvían a la normalidad. Habían sacado algo bueno de esa noche, pensaron en el camino. Se lo contarían a todo el mundo y se volverían famosos. Pero, a pesar de eso, estaban seguros de que nunca más jugarían una apuesta y, mucho menos, volverían a entrar en aquella casa.

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