miércoles, 23 de junio de 2010

Al otro lado de la fábrica

Por Milena Plácido

Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Año 2010


Nunca le habían inspirado confianza. Solía mirarlos realizar su trabajo, hasta con cierto goce, revisando que todo estuviera en orden. Le gustaba compararlos con hormigas, mientras disfrutaba de mirar todo desde el piso superior de la fábrica.

Ese día había recibido la llamada de una de las obreras, cuyo inocente motivo de cita era delatar a los culpables de una posible huelga.

Loewenthal, dueño de la conocida fábrica textil, ya había hecho investigaciones sobre el supuesto rumor, y consideraba el encuentro con suspicacia. Recordó luego, la ácida relación que antes tenía con el padre de Emma Zunz y el triste final que le había previsto sin que nadie lo supiera.

Como todo hombre de negocios, se trataba de una persona muy perspicaz, por lo que casi adivinó los pensamientos de la obrera y trató de disimularlo ante el teléfono: la citó al atardecer en su despacho. Al cortar, supo que tenía que prevenirse. Sabía que no se trataba de miedo pero si la verdad salía a la luz, su imagen se deterioraría, extinguiendo su fortuna y sus bienes.

Se contactó con la policía, explicando lo sucedido para dejar constancia de los hechos y pidió que vigilen la casa de cerca hacia el atardecer. Comentó a su mayordomo del encuentro, haciéndole saber que ante cualquier inquietud, llamara a la policía. Ésta se había negado a realizar una vigilancia de horas sin argumentos justificados, por lo que le pidió a Loewenthal un tiempo para investigar acerca de la vida de la obrera y a partir de allí, iniciar el caso.

Al volver de la fábrica, dejó la verja entornada a propósito, y se dirigió al piso superior para anunciar su llegada. El mayordomo lo recibió atentamente y le comentó un recado que había dejado la policía. Al parecer la investigación ya estaba en marcha y se había establecido contacto con Elsa Urstein, la mejor amiga de su empleada. A su vez, el mayordomo le informó que Emma Zunz había sido vista merodeando por el dique 3.

Loewenthal agradeció y se retiró a su despacho, quizás más tranquilo porque la policía había iniciado su causa.

Pasaron unos minutos hasta que dirigió su vista hacia la ventana para observar cómo la obrera se adentraba en la mansión.

Instantes después, se encontraba delante de su escritorio mencionando algunos nombres de sus compañeros. Loewenthal descreyó de su fragilidad ante la confesión y se retiró con el pretexto de alcanzarle una copa de agua.

Al volver, recibió dos disparos y cayó muerto. La causa estaba abierta y la historia no tardaría en revertirse.

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