miércoles, 16 de junio de 2010

El experimento

Por Pilar Mora Viera
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010

Cuando me desperté, no tardé mucho tiempo en darme cuenta que no estaba en casa. Estaba recostado sobre lo que parecía una camilla de hospital, con un cristal colorado encima mío. No tenía la menor idea de dónde me encontraba, ni qué había pasado. Lo primero que pensé fue que había tenido un accidente que no podía recordar, y que estaba internado en alguna clínica. Tenía un montón de cables e incluso tenía inyectado un suero en el brazo que me producía un leve ardor; me sentía mareado. Realmente me hubiese creído lo del hospital, y quedado allí acostado si no fuese porque sólo tenía una extraña sensación de vértigo.
Traté de levantar la cabeza y los brazos, pero me fue imposible. Desesperado le pegué una fuerte patada al cristal, que resultó ser una puerta, y ésta se abrió de golpe. Misteriosamente, una vez abierta me fue posible moverme con libertad, entonces me quité los cables y el suero y salí del interior de esa extraña cama.
Estaba dentro de una amplia habitación, y rodeado de cápsulas. Yo había salido de una igual a esas. Me acerqué a las diferentes camas y pude ver a través de los cristales que en ellos dormían personas desconocidas. Recordé que yo había estado de la misma forma: unidos a cables y con sueros inyectados. Por sus aspectos parecían proceder de diferentes países.
Me acerqué a una en particular, en la que dormía un hombre con rasgos orientales, y pude observar que el cristal tenía grabados unos símbolos de origen incierto. Sea donde fuese que me encontraba, ese lugar no era un hospital.
Encontré una puerta al fondo de la habitación. Corrí hasta allí con desesperación, bordeando todas las camas, y observando que sólo una estaba vacía como la mía. Cuando llegué, noté que la puerta no se abría manualmente como lo hubiese hecho en cualquier lado; tomé envión y le pegué una fuerte patada y ésta cedió. El golpe sonó con tanta fuerza que caí en un pasillo largo y sin final. Los techos eran altos, y a mi derecha las paredes tenían amplias ventanas. Luego de incorporarme, me asomé a una de ellas sin poder creer lo que estaba viendo.
Pude ver el espacio, oscuro e infinito. La oscuridad no era total debido a la presencia de unas luces que brillaban y titilaban a lo lejos. Se parecía al cielo en la noche, pero había algo extraño; unas rocas de formas irregulares de gran tamaño giraban hacia diferentes direcciones. No se escuchaba ningún sonido, ni siquiera el de mis pasos. Tampoco se oyó cuando dí un manotazo al vidrio. En ese momento me percaté que el lugar en donde estaba se encontraba en movimiento.
No entendía nada, todo era muy extraño y plagado de incógnitas para mí. En ese momento, me sorprendió la posible idea de que había sido secuestrado, tanto yo como los demás en la otra sala, y estábamos volando hacia un rumbo indeterminado.
A pesar de que tenía un poco de miedo, no podía negar que algo me resultaba emocionante. Recorrí el pasillo por largo tiempo, asomándome de vez en cuando por la ventana.
Finalmente llegué a una puerta, en la que a la izquierda había otra puerta con una pequeña ventanita. Dudé entre seguir caminando o atravesarla. La intriga fue mayor, por lo cual me asome a la ventana y tuve que arrodillarme para que estuviera a la altura de mis ojos.
Lo que vi hizo que se me revolviera el estómago. Era una sala pequeña en la que había un montón de extraños seres que jamás me había imaginado, alrededor de una camilla igual a las de la primera sala, con el cristal abierto.
Esos seres eran pequeños, no medían más de un metro de altura, no tenían ninguna parte del cuerpo definida, eran como una masa uniforme color marrón y oscura, pero deduje que se trataba de seres vivientes porque se movían de un lado y al otro alrededor de la camilla. Del centro de la masa marrón salían unos tentáculos largos y delgados. Cada ser tenía tres y algunos cuatro, que parecían tener la utilidad de un brazo humano y que colocaban dentro del cristal.
Fue entonces cuando vi lo que estaban haciendo. Había un hombre colocado sobre la cama, a quien esos tentáculos viscosos le estaban haciendo una especie de autopsia. El hombre estaba vivo, se movía y parecía que estaba gritando, pero reinaba en la sala un silencio absoluto. Uno de los extraterrestres le colocó un suero con una pasta verde que parecía irradiar una luz verdosa. El desafortunado humano siguió moviéndose, con las entrañas abiertas y miles de tentáculos encima de él. Horrorizado, observé esta escena hasta que la puerta se abrió.
Supe, con horror, que era mi turno.

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