lunes, 7 de junio de 2010

2040

Por Fernando Bourdoncle

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

Salvando las distancias no es mucha la evolución en cuanto a los tiempos de mi juventud. Se ha multiplicado la gente, eso sí. Hemos saturado el planeta no sin riesgos. Cuando, no pocos, hace algún tiempo, avisaban sobre las consecuencias de una devastación a gran escala producto del desarrollo y la modernidad, muchos más ignoraron el dictamen. Ciertamente contradictorio, la sofisticación reinante ha sido posible gracias al compromiso y sacrificio de lo elemental, y de algo más, creo.

Se ha modernizado el transporte, entre otros; ahora volamos con menor frecuencia pero tampoco hace falta. Estos vehículos virtuales, de hoy, son extraordinarios. Uno se acomoda en cualquier sitio y se puede trasladar en cuestión de minutos hasta las antípodas, en cualquier sitio donde haya flujos de conexión, obviamente. Pantallas que sirven, por ejemplo, para ir hasta el centro de la ciudad, puesto que las arterias de acceso solo pueden ser utilizadas por quienes van a cumplir tareas específicas demandadas por la autoridad, solo por ellos y en turnos perfectamente establecidos durante las 24 horas; claro, ya hace unos cuantos años que intentar arrimar hasta el centro mismo de las megalópolis se hizo imposible, la admisión debió ser restringida inevitablemente. No había manera de llegar a horario y en condiciones neurológicas medianamente razonables. Ahora es diferente. Estas pantallas están haciendo bastante más llevadera la vida. Con decirles que, durante cierto tiempo, se temió por el sentido mismo de continuar en aquellas condiciones, la despersonalización era calamitosa, y los bienes esenciales, casi inalcanzables. Hasta que aparecieron estas pantallas, que sirven, también, para ir de vacaciones, puesto que las rutas solo contemplan el transporte de elementos y sustancias (T.E.S.). Ya no se ven humanos por las rutas, solo vehículos teledirigidos. Unas buenas vacaciones en las Islas o en Domuyo, visitar a los exóticos personajes de Punta Tombo o escalar el Iguazú, no demanda más que ingresar un código, aguardar por un momento y… ¡eureka!: un maravilloso itinerario a través del destino seleccionado. Así es la modernidad.

Las pantallas personales son portátiles y diminutas, las más sofisticadas, accesibles, casi todas. Las hay en 3D (estándar), 4D y 5D. Con estas últimas es posible conseguir una conversión en el tiempo si uno lo desea. Es como abstraerse durante algún periodo del presente, viajar por dominios extra-temporales mediante velocidades muy cercanas a la luz y luego regresar al sitio de pertenencia. Un viaje fantástico. Esto ha solucionado tremendos conflictos en momentos donde escasean las reservas, por ejemplo. Evasión. Evasión en virtud de racionalizar los recursos. O evasión para esquivar la realidad, simplemente.

Ya no hace falta, tampoco, trasladarse hasta un hospital (salvo casos de intervención) o hasta un shopping o hasta un supermercado o hasta el club. Con las pantallas comunitarias, imponentes artefactos instalados en complejos destinados a tal fin, es posible interactuar para solicitar servicios así como para jugar el deporte favorito. Las compras son, por completo, realizadas con las 3D. El T.E.S. urbano, único con autorización de libre tránsito, se encarga del resto. Lo mismo con la diversión, otro código para reservar turno en un estadio, en el cine o el teatro, te dispones plácidamente, aguzas los sentidos y listo. La lectura no permite excusas, su acceso resulta ilimitado. Con solo tener a mano una de esas pantallitas hexagonales los anaqueles del mundo entero se presentan en todo su esplendor, introduces unos datos básicos y las páginas deseadas caen al instante; parece como salido de un sueño.

En fin, salvando las distancias, lo indispensable es más o menos lo mismo para subsistir, lógicamente perfeccionado… Una buena pantalla y a disfrutar de la vida.

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