jueves, 10 de junio de 2010

De cuando una niña conoció a su sombra

Por Giuliana Pates

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

2010

La pequeña niña de rubios cabellos se despertó con el sol matinal golpeándole las mejillas. Junto a ella, dormitaba también su muñeca preferida, aquella de vestido rojo que su abuelo le había obsequiado la última Navidad. Se alejó de las tibias sábanas, se colocó su corona de monarca y bajó cada escalón diciéndose a sí misma: “linda princesa”.

Abajo la esperaban sus súbditos: un oso de peluche del color del café, cuatro sapos con ojos saltones y una bailarina que, desde su cajita musical, la saludaba. Así, disfrutaba sus días, entre el suave fru fru de telas y tazas de porcelana con flores pintadas en ellas. Adoraba construir ese mundo de ensueño, donde todo lo que la rodeaba respondía a sus caprichosas voluntades.

Cuando se levantó de su acolchonado almohadón rosado, en busca de su preciado anillo de esmeraldas, advirtió que alguien la seguía. Si bien toda persona con sangre azul es gustosa de ser admirada, esta extraña presencia inquietó a la niña.

Intentó, entonces, un sinfín de maniobras para engañar a aquel ser. Probó recorriendo la habitación con apresurados pasos, saltando y agachándose unas cuantas veces, hasta le gritó las palabras mágicas que siempre repetía esa bruja malvada, personaje del cuento que le leían antes de dormir. Pero nada funcionó. Sólo atinó a cubrirse bajo una manta. Con los ojos cerrados y los labios mordidos, esa sensación que se llama miedo recorrió toda su diminuta anatomía.

De pronto, notó que, en esa oscuridad circundante, la temerosa criatura no había logrado alcanzarla. Le daba pavor salir de su escondite y reencontrarse con ella. Pero esperanzada de que ya hubiera desaparecido, después de unos largos minutos, se animó a destaparse.

No la vio hasta que se volvió a parar, y allí estaba, nuevamente, esa figura negra que nada decía pero que no dejaba de seguir a la infanta. Sin más, las lágrimas brotaron de sus ojos. Pensaba que no se merecía ese castigo, ella que ni siquiera comía tantas golosinas como en épocas pasadas.

Decidió que la única solución posible era tratar de convencer a ese ser de que se fuera de allí. Pero no hubo respuestas. Hasta prometió dejar su reinado , pero tampoco logró su cometido.

Ya resignada, tuvo que aceptar que nunca se iba a poder separar de esa criatura. Tenía que dejar de temerle porque, adonde fuera la niña, iría ella también. Sería su fiel compañera, cómplice de todas sus aventuras. Era su sombra.

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