martes, 8 de junio de 2010

Tumba escolar

Por María Inés Preuss

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

Esta historia le sucedió a un joven ordenanza de una escuela primaria de Chajarí. Él era un hombre trabajador que odiaba su empleo, pero, aún así, continuaba realizándolo día a día porque no tenía otro sustento económico. A medida que Raúl, este humilde ayudante de limpieza, iba creciendo, se sentía cada vez más delirante, depresivo y con la sensación de tener una vida aburrida y monótona.

Cada mañana recordaba, con nostalgia, sus años anteriores en el colegio, cuando se quedaba hablando sobre mundos imaginarios con un niño para escapar de la ardua realidad. Este pequeño había pasado por muchos problemas a lo largo de toda su corta existencia, pero decía que allí era el único lugar en el que se sentía cómodo y resguardado.

Volviendo a la realidad y alejándose de esos vagos recuerdos, Raúl se dirigió a la rectoría, ya que había sido llamado por la directora del establecimiento. Ésta le ordenó rigurosamente que esa mañana debería limpiar el techo del colegio.

Luego de preparar todo, subió lentamente la escalera cuidando que no se le cayeran sus elementos de limpieza. Ni bien pudo depositar las cosas en la superficie, quedó paralizado ante la imagen que tuvo que presenciar. Frente a él yacía, en descomposición, el cuerpo de un hombre de aproximadamente veinte años. Enseguida reconoció las pocas facciones visibles del cadáver. Él sabía que el difunto era ese niño con el que solía hablar en otros tiempos.

Las lágrimas asomaron de sus ojos como dos fuertes cataratas que nublaron su vista y ahogaron su respiración. Estando casi a punto de desmayarse, se sentó y observó firmemente la figura, pudo notar que el fallecido había ingerido veneno para ratas. Al pasar las horas, los pensamientos del joven ordenanza estallaron como un huevo al caer al piso o un sapo bajo las ruedas de un camión; y fue así que tomó el veneno que quedaba y, aunque no era mucho, le bastó para lo que él necesitaba. Rápidamente, comenzó a ingerirlo. A la media hora, pudo contemplarse no sólo a un muerto sino a dos.

A la semana siguiente, el personal de la institución empezó a preocuparse ante la desaparición repentina del trabajador. Sin respuesta alguna, intentaron ubicarlo por todos lados. Ese mismo día mandaron a inspeccionar el techo porque los alumnos se habían quejado de fuertes olores en los días calurosos. De esta manera fueron encontrados y enterrados para que, al fin, pudieran descansar en paz.


No hay comentarios:

Publicar un comentario