martes, 15 de junio de 2010

Triste y solitario final

Por Santiago Viard
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo

Con casi 30 años de edad parecía que peor no le podía haber ido. Había sido golpeado de pequeño, explotado en el trabajo, había pasado hambre durante toda su vida y padecido casi todas las enfermedades conocidas. Fue justamente una de ellas la que terminó con su vida.
Tras estar dos meses en prisión por golpear a su antiguo jefe, quien decidió no pagarle los tres meses de sueldo que le debía, Oliver volvió a las calles de Londres en busca de una nueva oportunidad.
Por cuestiones de suerte logró conseguir un trabajo en una fabrica de ropa, donde trabajaba 18 horas por un dinero que no le alcanzaba ni siquiera para comer, por lo que debió dormir a la intemperie.
Dejó el trabajo cuando su jefe le rebajó el sueldo a la mitad, y se vio otra vez en la calle, solo, sin empleo, con hambre, como de costumbre. Buscó otro trabajo, pero ya no había puertas abiertas para él en ninguna fábrica. Se dedicó a pedir monedas en una esquina del centro de Londres hasta que un día una señora viuda dio con él y le ofreció trabajo a cambio de casa y comida.
Lo llevó a vivir con ella en la casa que su marido (ya muerto) había comprado. La mujer vivía de la pensión que le otorgaba el estado tras la muerte de su esposo, quien era un teniente del ejército inglés. Con la misma, podía vivir tranquilamente e incluso mantener a Oliver, quien hacia diferentes trabajos dentro de la casa.
Oliver vivió casi un año con ella, y fue el mejor año de su vida a pesar del final.
Después de unos meses como empleado de la mujer, el joven comenzó a complacer las necesidades de su jefa también en la cama. Si bien la mujer no era nada atractiva, y pesaba mas que él, era una buena excusa para asegurarse vivienda y reducir su trabajo.
Con el tiempo, la madura señora le dio casi toda su confianza, pero también lo condenó cuando le contagió sífilis. Cuando habría podido ser feliz por primera vez, todo empeoró. La enfermedad fue avanzando y cierto día la mujer lo echó de la casa.
Sin nada por lo que seguir, Oliver volvió a donde había comenzado, en la calle; y sentado contra una pared esperó que la muerte viniera por él.

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